jueves, 15 de noviembre de 2007

A puñetes aprendí

Ayer al reenviar un relato recordé "La 24", aquella losa descascarada de dimensiones fabulosas, que fungía (al menos de día) de majestuoso monumental salamanquino, sus tribunas albergaban siempre a un tercer equipo, el mismo que ingresaba raudamente luego que la de cuero con blazer traspasará la despintada línea de gol. Al cabo de un par de horas o luego que grandotes con barritos llegaban, nos llevábamos la “5” (así se le decíamos a la pelota en aquellos tiempos) a la pista; la misma rutina semana tras semana, hasta que un buen día, no recuerdo el porque un niñuelo de dientes separados y cabello encrespado insistió en darme un par de puñetes.

Ya saben a mis 10 años, mis cachetes no conocían del dolor más allá de las tundas maternales. Volteé y espere tener a mi espalda a mi raquítico amigo para secundarme. Wiflas, pichón, never in the life, el flacuchento estaba a una lejana cuadra tras un poste telefónico, el mismo que dicho sea de paso lo camuflaba muy bien. A mi diestra mis protectores de infancia tan sólo me decían ya pe maricón, sácale la mierda (palabras textuales de infantes de 11 y 12 años) un empujón mas del mueludo y juaa muchos puñetes al aire, empujones con los brazos amarrados y nadie a la lona. Las pifias del respetable se escuchaban por doquier y al cabo de tres minutos cada uno a su esquina. Enseñanza… nula, No pegue, no me pegaron, nadie me explico jamás el porque, tal vez aún era muy pichón.


Los puñetes a excepción de la memorable bronca con “Chacha” y la posterior derrota por ausencia de brazos con “Budita” en secundaria, estuvieron esquivos en la adolescencia. No necesitaba ganarme el respeto, simplemente no tenía ninguno y no me importaba tenerlo, pues de alguna manera lo que a los chicos del cole le importaba, como flacas y formar parte de una mancha de galanes gileros, estaba fuera de mi alcance: Mi madre ahuyentaba a las mujeres y mis permisos de fin de semana se limitaban a los scouts y a la casa del “Troncho”. Moraleja no importa si eras buen puñeteador o no, tan sólo debías dejar un poco de sangre en la pista para ser alguien.

La Boleta Militar llegó y con ella la llave de casa, los primero cigarros y los primeros ojos pardos con los que no pude dormir. Ella simplemente apareció en una reunión de la parroquia, nadie me la presento. Se sentó a mi lado y al instante conectamos, tenía la fe de un flaco Miguel Hugo y la confianza de un Estudiante de Superior, pero el permiso de mamá para estar fuera de casa después de las 11 la cagaba todititita. Sin embargo así como llego se fue sin decir adiós.

Ya con militar en mano y próximo a sacar libreta electoral (Si, esa naranja de tres cuerpos) Mamá me dio mi primer regalo, pues sentadita junto a los viejos muebles de la casa estaba ella, radiante con aquellos ojos caramelos que quizás sean los culpables de que me enamore hasta hoy de esos mismo tonos, sólo le faltaba la cinta y moño de cumpleaños. Mamá la había convencido para trabajar como consultora de belleza en su grupo y ella recordó la casa y a su vez a mi. Mi madre desapareció y se le veía contenta, sólo la vi reir como vieja alcahueta dos veces en la vida y en ese instante en la soledad de mi sala con las luces amarillas prendidazas y media familia en la cocina, me invitó a la fiesta del día siguiente. Nos dimos medio beso de despedida y una vez en mi cuarto le dí un puñetazo al interruptor. Casi me electrocuto y luego del susto, un jalón de orejas de mi hermano que me hizo ver estrellitas por malograr el cuarto. Lección: La primera ilusión siempre te hace mirar estrellas.

El día indicado llegó y fui con el Muelonsillo de antaño y el Tiburón, atrás se quedaron Sam y Kikin por ser chicos y el churro por… ya saben era el churro. Llegamos a la super fiesta, luces sicodélicas y la exclusiva cortadora que manejaba con destreza el DJ Chato Avila iluminaba intermitentemente su rostro y claro está, sus ojos. Tome la iniciativa y fui a su encuentro, ella me rodeó con sus brazos y ese apretón pausado y prolongado me decía mucho y nada a la vez. La bronca se acumulaba en mi interior y quería tan sólo puñetear el piso porque estaba allí con ella pero no había palabras, sólo sentimientos y silencio. Me dio medio beso, ingresó a la casa y en segundos salió con dos amigas para mis compañeros de chilingue y allí empezó el debacle, a ninguno les gustaban las flacas, se pusieron a un costado a fumar indiferentemente su cigarro.

Las nenas se fueron y sólo estaba ella con nosotros tres, los tabacos se consumieron en nuestros rosados pulmones y sin dudarlo fui en búsqueda de nuevos. A mi retorno tan sólo el silencio, por un lado Tiburón con otros amigos y mas allá el Muelonsillo conversando de lo lindo con mi nena. Me acerque, cogió mi mano me pidió no conversar en ese instante, eso sería al final de la fiesta y que entremos, tal vez no existiría otro día igual y me invito a entrar solo; quería estar esa noche conmigo, le pedí unos minutos para dejar a mis patas. Ella accedió.

Minutos después estábamos los tres discutiendo sin razón, de porque fuimos a esa fiestas, que mejor a chupar, en fin todo nada, con argumentos poco válidos. Se veía venir lo inevitable y finalmente volvió a ocurrir, aunque esta vez con bastante mas furia y mucho resentimiento, los puñetes llovieron por doquier.

Ninguno entro a la fiesta ella me quería comentar que estaba embarazada con 18 años (Me lo dijo un par de semanas después) y que se casaba con un amigo mío de otro grupo scout, a la fuerza, que siempre quiso saber como ubicarme, pero desaparecí, que le encanto conocernos en aquel tiempo, que fue una coincidencia el conocer a Mamá y que algún día cuando seamos gatos usemos cascabeles, nos reconozcamos y no dejemos pasar el tiempo.

Eso me resquebrajó, puñete un árbol, dolió; pero más me dolió cada puñete que le di al muelón, cada patada que le daba me dolía en el alma y eso no lo aprendí allí con la mierda revuelta. Como no lo entendí cuando borracho le daba golpes a mi hermano (No me devolvió uno sólo, tal vez me hubiese matado) por imponer el orden en casa un día antes de mi cumpleaños, mientras mi primo Herbert intentaba detenerme y aún así, se apareció sin recriminarme nada la noche siguiente en mi fiesta. Cada uno de esos golpes me dolieron más al no verlos, al tenerlos lejos y estar fuera de casa y quizás cada vez que lo recuerde y sea mas viejo duela más y más. Si, a puñetes aprendí que no se daña los que quieres y que puñetes de esos no se olvidan jamás. Gracias por su paciencia y esperar mi tardío aprendizaje

El Maiky

P.d. Lean un el blog del susodicho, les aseguro que les gustara tanto o mas que el mío es www.martingustavovargasbarrera.blogspot.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No sabés como me están bacilando tus relatos, sigue escribiendo saludosArturó "tu jefe"Enviado desde mi BlackBerry de Claro.

Anónimo dijo...

Esta paja tu relato, eres un cague de risa uonn...., el de martin tb esta paja, parece su diario..jeje, hablamos chauuufa?

Martín Vargas dijo...

no me simpatizas!!!!!